Desde sus orígenes el pueblo norteamericano se caracterizó por sus afanes expansionistas. Los colonos británicos se establecieron en el Norte de América y ocupaban una amplia franja de territorio a lo largo de la costa atlántica, no se extendía más allá de la cordillera de los Apalaches. Muy lentamente avanzaron hacia la costa del Pacífico porque eran pocos habitantes y porque las tribus indias defendían muy bien su territorio. Sin embargo, en 1783 los ingleses reconocieron la independencia de las trece colonias y ese mismo año por el tratado de Paz de París les entregaron las tierras de Luisiana oriental, que Inglaterra le había quitado a Francia en 1773. Cabe aclarar que en 1787 fue aprobada la ley que permitía la creación e incorporación de nuevos estados, a partir de las colonias poco a poco pobladas. Así, antes de finalizar el siglo, surgieron los estados de Kentucky, Tennessee y Vermont. En la primera mitad del siglo XIX se configuró el actual mapa de Estados Unidos, a partir de nuevas anexiones y compras: En 1803 se efectuó la compra de Luisiana a Francia; en 1810 se realizó la anexión de Florida occidental y en 1819 se adquirió el resto del territorio a España. En 1836 Texas se separó de México y finalmente en 1845 se anexo a Estados Unidos. En 1846 los territorios Maine y Oregon fueron cedidos por Inglaterra. Por otro lado, en 1847-1848 como resultado de la guerra entre México y Estados Unidos, Arizona, Nuevo México y Alta California pasaron a ser posesión de nuestro vecino del norte. Asimismo en 1853 adquirió el territorio de la Mesilla. En 1867 Alaska le fue comprada a los rusos. En 1893 pacificó a las tribus de las Islas de Hawai, expulsó de ellas a los ingleses y las incorporó a su territorio en 1898. Por si fuera poco, en 1898 como resultado de la guerra contra España, adquirió Puerto Rico, Filipinas y la isla de Guam, además de lograr el control de la economía de la isla de Cuba. En 1903 adquirió los derechos sobre la zona en la cual construyeron el Canal de Panamá.
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